Soy, por vocación, sastre de tus alas.
Y en mi jaula te contemplo en silencio,
feliz de verte ser lo que no soy.
Aprendí a quererte a intervalos,
al ritmo inconstante de tu ausencia.
A enamorarme del instante en el que
pasas por el cuarto, te acuerdas de que
aún vivo y abres la puerta,
dejándome ser libre junto a ti.
A volver a mi lugar cuando te cansas,
llorándote en silencio, ahogando las preguntas
que tanto te molestan.
A soñar con que
todo es lo mismo para ambos.
A dormir para creer que estoy despierta.
A fingir, verte ir y venir, coserte, arreglarme,
romperme, destrozarte y recogerte, tragar,
dar, devolver, perderme, evadirme, no te vayas.
Y te fuiste. Y otra vez no estabas.
Y cuando me buscas, con el cielo prometido en
tu forma de desesperarte si no encuentras que
aún te quiero, yo sólo sé tirar las armas y rendirme.
Te sonrío y tú me crees. Sólo miento si es por verte
atravesar el cuarto, abrir la puerta, y en lugar
de liberarme, acurrucarte en mi regazo,
dentro de la jaula, y vuelvo atrás, a cuando de verdad
me querías más allá de estos barrotes,
y me creo en cada beso que aún me quieres,
y te dejo que te quedes para siempre.