<<
¿Arder?>>
El viento
golpea con una fuerza sobrenatural mi ropa y mi cabello, como latigazos
anticipando un castigo por lo que estoy a punto de hacer.
<<No lo hagas. >>
<<No le importas. >>
<<Muérete.
>>
<<… Te quiero.
>>
Cubro mis
oídos con mis manos, apretando, como si así pudiese frenar el flujo de
pensamientos que da vueltas en mi cabeza a una velocidad, seguro que muy
superior a la del sonido.
Cierro los
ojos. Aún así puedo sentir el inmenso vacío que se abre ante mí.
Las bocinas
de los coches.
Las
acostumbradas prisas de los peatones.
El pitido
insistente de los semáforos en verde.
Alguien está
tocando la guitarra.
Pero todo me
llega demasiado lejano. Y me vuelven estas irrefrenables ganas de llorar.
Mi pecho se
sacude ante los sollozos, instrumento irremediable de estos, y las lágrimas
forman cataratas en mis mejillas. Las cenizas de mi corazón arden. Ni siquiera
morir puede doler tanto.
Al fin y al
cabo, por eso estoy aquí.
No importa
lo alto que llore, nadie va a escucharme.
Estoy
derramando mi alma. Pero eso no hace que el dolor se detenga.
Muevo los
pies sin avanzar, pues no tengo a donde. Y nunca he sido de retroceder. Empiezo
a gritarme por dentro, sintiendo la sangre hervir en mis venas. Soy un jodido
cobarde. Me doy asco. No quiero potar encima de la gente, pero esa idea tan
sólo me da más asco y me llevo las manos al estómago. Muerdo mis labios,
cerrando los ojos con la misma fuerza. Sé que esta es la vez. Así que dejo que
el peso de mi cuerpo me incline hacia delante. Escucho mi corazón latir en mis
sienes, quizás por última vez. Aunque las lágrimas no cesen, en unos segundos
no les quedará otra que hacer. Atraigo a mi mente la única puta cosa que he
tenido clara en la vida.
<<Te quiero. >>
Y se acabó.
O no.
Todo sucede
demasiado deprisa. Pasos rápidos. La camisa presionando mis costados. Calor
entorno a mi cintura y en mi espalda.
Abro los
ojos por la sorpresa y me paralizo al no ver nada a lo que aferrarme para no
caer.
Tres
segundos después todo mi cuerpo golpea contra el suelo de la terraza, de lado,
y sé que me voy a llenar de cardenales. Me sacude de arriba abajo el hecho de
que estamparse contra el suelo no debe de ser menos doloroso.
Miro
alrededor tratando de entender lo que ha sucedido, incorporándome, cuando de un
empujón me vuelvo a comer la superficie de pizarra. (...)