sábado, 20 de abril de 2013

Capítulo 1


<< ¿Arder?>>
El viento golpea con una fuerza sobrenatural mi ropa y mi cabello, como latigazos anticipando un castigo por lo que estoy a punto de hacer.
<<No lo hagas. >>
<<No le importas. >>
<<Muérete. >>
<<… Te quiero. >>

Cubro mis oídos con mis manos, apretando, como si así pudiese frenar el flujo de pensamientos que da vueltas en mi cabeza a una velocidad, seguro que muy superior a la del sonido.
Cierro los ojos. Aún así puedo sentir el inmenso vacío que se abre ante mí.
Las bocinas de los coches.
Las acostumbradas prisas de los peatones.
El pitido insistente de los semáforos en verde.
Alguien está tocando la guitarra.
Pero todo me llega demasiado lejano. Y me vuelven estas irrefrenables ganas de llorar.
Mi pecho se sacude ante los sollozos, instrumento irremediable de estos, y las lágrimas forman cataratas en mis mejillas. Las cenizas de mi corazón arden. Ni siquiera morir puede doler tanto.
Al fin y al cabo, por eso estoy aquí.
No importa lo alto que llore, nadie va a escucharme.
Estoy derramando mi alma. Pero eso no hace que el dolor se detenga.
Muevo los pies sin avanzar, pues no tengo a donde. Y nunca he sido de retroceder. Empiezo a gritarme por dentro, sintiendo la sangre hervir en mis venas. Soy un jodido cobarde. Me doy asco. No quiero potar encima de la gente, pero esa idea tan sólo me da más asco y me llevo las manos al estómago. Muerdo mis labios, cerrando los ojos con la misma fuerza. Sé que esta es la vez. Así que dejo que el peso de mi cuerpo me incline hacia delante. Escucho mi corazón latir en mis sienes, quizás por última vez. Aunque las lágrimas no cesen, en unos segundos no les quedará otra que hacer. Atraigo a mi mente la única puta cosa que he tenido clara en la vida.

<<Te quiero. >>

Y se acabó.











O no.
Todo sucede demasiado deprisa. Pasos rápidos. La camisa presionando mis costados. Calor entorno a mi cintura y en mi espalda.
Abro los ojos por la sorpresa y me paralizo al no ver nada a lo que aferrarme para no caer.
Tres segundos después todo mi cuerpo golpea contra el suelo de la terraza, de lado, y sé que me voy a llenar de cardenales. Me sacude de arriba abajo el hecho de que estamparse contra el suelo no debe de ser menos doloroso.
Miro alrededor tratando de entender lo que ha sucedido, incorporándome, cuando de un empujón me vuelvo a comer la superficie de pizarra. (...)

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