lunes, 7 de octubre de 2013

Noviembres que no existen

Soy, por vocación, sastre de tus alas.

Y en mi jaula te contemplo en silencio,
feliz de verte ser lo que no soy.

Aprendí a quererte a intervalos,
al ritmo inconstante de tu ausencia.

A enamorarme del instante en el que
pasas por el cuarto, te acuerdas de que
aún vivo y abres la puerta,
dejándome ser libre junto a ti.

A volver a mi lugar cuando te cansas,
llorándote en silencio, ahogando las preguntas
que tanto te molestan.

A soñar con que todo es lo mismo para ambos.

A dormir para creer que estoy despierta.

A fingir, verte ir y venir, coserte, arreglarme,
romperme, destrozarte y recogerte, tragar,
dar, devolver, perderme, evadirme, no te vayas.

Y te fuiste. Y otra vez no estabas.

Y cuando me buscas, con el cielo prometido en
tu forma de desesperarte si no encuentras que
aún te quiero, yo sólo sé tirar las armas y rendirme.

Te sonrío y tú me crees. Sólo miento si es por verte
atravesar el cuarto, abrir la puerta, y en lugar
de liberarme, acurrucarte en mi regazo,
dentro de la jaula, y vuelvo atrás, a cuando de verdad
me querías más allá de estos barrotes,
y me creo en cada beso que aún me quieres,
y te dejo que te quedes para siempre.



1 comentario:

  1. No hay forma de escapar. Incluso cuando se deja de existir, todo lo que queda es la prisión (de su ausencia).

    Es de mala educación, pero me permitiré la licencia de darte las gracias por tus versos con un mes de retraso.

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